Hace algunos años Mauricio Purto me obsequió dos libros con fotografías de montaña. Uno era la historia de su primer éxito en el gran Himalaya. El otro contenía el plan a seguir para llegar a la cumbre de la Tierra: el monte Everest, el Chomolama de los tibetanos, la Madre de las Montañas.
Purto y sus compañeros tenían razón; esta cima no era factible en una primera incursión al Himalaya. Muchas expediciones primerizas de diversos países fueron al Everest y volvieron derrotadas. Varias dejaron allá algún compañero. Un precio muy elevado. Era mejor prepararse con un acucioso plan.
La Ruta Lógica, proyecto del Club Alpino italiano y que dirigió Mauricio Purto, comenzó espontáneamente con la ascensión del Cho Oya, primer ocho mil logrado en 1987, ascensión fundamental y punto de partida a una seguidilla de importantes expediciones, las que aportaron categoría y conocimiento al grupo de escaladores.
Cuando Purto habló de una Ruta Lógica al Everest, se refería a objetivos alpinos secuenciales, a una serie de expediciones a cimas importantes, hasta la cúspide de la Tierra.
El plan se cumplió con los años, comenzando con el Cho Oyu. Luego las cumbres máximas del Ártico y del Antártico. Otros dos gigantes astáticos después, el Gasherbrum II y el Xixabangma. Purto, Ítalo Valle y los suyos podían garantizar algo antes de ir al Everest: experiencia. Experiencia que impulsó y brindó nuestra primera ascensión a la reina de las montañas, en una gesta inolvidable e medita, con dos equipos chilenos, los primeros sudamericanos, y al mismo tempo.
Con la escalada Everest se completa todo un capítulo, dejando atrás una fiesta de aventuras, anécdotas, vivencias. Y se abre otro.
Este libro comparte siete años de expediciones. Un testimonio que llama a la montaña, a la aventura que está en la puerta, en esa cordillera que miramos cada día.
Nepal tiene más cumbres sin ascensión que ninguna otra región, unas 4.000. Lo sigue China, con 3.400; Chile es tercero, con unas tres mil. Estas infinitas posibilidades que ofrecen las grandes cumbres in escaladas de nuestros 5.000 kilómetros de cordillera de los Andes son horizontes que arrebatan la imaginación y que pueden convertirse en un Everest para cada uno de nosotros.
En el Tíbet, a los pies de esta montaña, una leyenda cuenta que hace siglos, un lama y poeta llamado Kiatso vagaba largamente por las nieves. Cuando le preguntaban por qué buscaba las frías alturas, respondía con una frase breve y serena.
Tras haber enfrentado el Everest que nos reserva el destino y como los montañistas de este libro, podremos repetir las palabras de Kiatso “yo fui a las montañas a ennoblecer mi espíritu”. La naturaleza llega al ser humano representando pueblos de la Tierra, medios de convivencia entre tempestades, abismos, penurias y alegrías. La lucha del hombre con el medio tratando de llegar a la cumbre, esa cumbre que al parecer nada prodiga en una lucha incomprendida por conquistar lo inútil, en un mundo que nos transporta más allá de la explicación. La conquista de lo inútil es quizás el sentimiento más puro del ser humano y que representa, cuando es amor, el amor por el amor.
Evelio Echeverría