Lo que sigue en estas páginas es una crónica de viajes y expediciones… a montañas de los Andes, los Alpes, el Himalaya y el Karakórum, a cumbres árticas y antárticas. Viajes a lugares extremos, a las cordilleras más altas, a las más frías y desoladas. Ascensos a santuarios de altura donde encontré belleza y distancias, que quizás me ubicaron más en la tierra.
Escribo tras un accidente en el que me quebré la columna vertebral. Tras seis operaciones he logrado caminar, aunque no sé si algún día tendré de nuevo las fuerzas para emprender una expedición. Mi esposa, Aya Ho?mann, me instó a recapitular mi vida en este «tiempo muerto» y mi sicóloga, Marcela Lechuga —que ya no lo es, porque somos amigos—, también me recomendó hacerlo. Esta particular inmersión en la memoria ha sido un proceso maravilloso que ha hecho más vivos los recuerdos, aquellos que pensaba que se habían desvanecido, y me ha separado de mi sensación de cuerpo dañado, sobre todo en mi pierna izquierda. Así, escribir ha sido una gran iluminación, que espero los alcance.
Cuando dejé de inyectarme metadona, un fuerte opiáceo contra el dolor, del que me hice adicto, caí en un estado duro, de pena y dolor, y en el momento más negro, subcero, tomé la computadora y me lancé a escribir, como correría un sediento hacia el oasis tras cruzar un desierto.
Escribir ha sido liberador. Espero que disfruten estas líneas y los inspiren en sus propios viajes, aunque no sean a las cumbres.
MAURICIO PURTO,
Santiago, primavera de 2016